" En el colegio de pupilos había ciertas reglas no escritas que eran usos y costumbres que se mantenían invariables a lo largo de los años y promociones. Así en el comedor, donde las lugares eran para cinco pupilos, se guardaba una estricta prioridad para servirse la comida, manteniendo la prioridad uno por cada día, sirviéndose luego por orden rotativo, de manera que un día por la semana, cada uno se servia la tajada más grande, la segunda, y así sucesivamente hasta el último.
En el caso de un bife, una manzana o algo que ya venía separado, la cosa era sencilla, pero en el caso de queso y dulce, o manteca, que venía “en panes de cien gramos”, el último en servirse era el encargado de “cortarlo”, de manera que al dividirlo en partes iguales, no se perjudicaba al servirse último. En los desayunos y meriendas, se servía un tazón de café con leche, con pan discreción, pero el pan de manteca a repartir entre cinco, que era “de cien gramos”, de manera que la ración era escasa y codiciada.
Otra regla estricta era el “turno” para la cancha de paleta. No se apostaba por guita, pero se jugaba por algo de mucha mayor trascendencia: por el honor….y “a ganador queda”, de manera que el perdedor debía cederle el lugar a otra pareja de jugadores, que desafiaba “al ganador”, que se mantenía en juego. Por su parte los turnos, no se obtenían por sorteo ni licitación, sino que el que primero que llegaba, “agarraba cancha”, y el resto por orden de llagada. Así es que para llegar primero, íbamos a clase con el pantalón corto y la remera de juego bajo el uniforme, para “agarrar cancha primero”. Ya en la fila rumbo al dormitorio, nos íbamos desprendiendo el uniforme, y al entrar al dormitorio, de un saque quedábamos en ropa deportiva, manoteábamos la paleta y, con zapatillas en la mano, disparábamos para “agarrar cancha”."
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